domingo, 18 de julio de 2010

La última.

Me equivoqué y para cuando quise corregirlo ya estabas ahí, agonizando en el suelo, dando vueltas de un lado a otro, gritando de dolor. Vi dentro de mis párpados mil imagenes pasando a mil por hora, tenía miedo y no actué a tiempo. Corrí lo más rápido que pude pero aún así no lo logré. Tuve tiempo de ponerle su chamarra, darle un beso en su mejilla, conducir a la ayuda más cercana y darle algunas palabras de aliento con mi tono de voz más suave. Llegamos tarde. Le pedí que mantuviera a flote tu corazón unos segundos para poder suspirar por última vez recargada en su pecho, después de unos segundos, pude oirlo dejar de latir poco a poco, se despidió de la manera más sublime, con un compás dulce y tranquilo, como si ya supiera que la muerte se aproximaba. Te vi a los ojos y ya no reconocí el brillo que siempre te caracterizaba cada vez que me mirabas, tomé tu mano tan fuerte que parecía que la vida del mundo entero dependía de ésa unión, susurré a tu oído lo nunca antes dicho y pensado, te acaricié el cabello, te besé por última vez y tome tu chamarra aún con tu aroma impregnado y me la puse. Salí, encendí el coche y regresé a casa. Me senté en la cama todavía caliente por tu cuerpo antes recostado ahí, mirado al mismo lugar dónde te encontré agonizando 3 horas antes. Tomé tu almohada, me acosté en ella, comenzé a hablar con tu presencia y me quedé dormida queriendo jamás despertar.

Nunca desperté porque sabía que no ibas a regresar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario